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12 de septiembre de 2017

Campaña de rol - Señor de los reinos


Hola seguidores de Profanus40k, espero que hayáis acabado las vacaciones de verano y vengáis con ganas, porque tendremos un amplio repertorio de trabajos. Me dispongo a abrir esta sección rolera porque va a haber un concurso en el que participo en donde habrá un seguimiento vía online y debe quedar constancia de las partidas con su desarrollo, y como valen los foros/blogs para ese seguimiento, será aquí donde se ubicarán las mías como máster con mis intrépidos aventureros. Con una ambientación fantástica clásica, medieval o renacentista.

Se puede enfocar el resumen de las partidas de muchas formas, y yo prefiero la forma de relato corto. Es algo nuevo y le da un aire fresco a nuestras producciones warhammeras, y todos podréis disfrutar de mi pluma (que no es ni la mejor, ni algo sano mentalmente je, je).



Ambientación y trama

Es una ambientación fantástica medieval hecha por mí, llamada Señor de los Reinos con un sistema de juego D20 también hecho por mí, llamado Luz y Oscuridad, y caracterizado por el hecho de que los personajes pueden llegar a ser poderosos pero no dejan de ser mortales que pueden morir si alguien les clava una daga o tienen un brutal y desafortunado accidente, que pretende darle realismo, lejos de la inmortalidad que se podía llegar a alcanzar en algunos sistemas, como por ejemplo D&D clásico u otros.

Respecto a la trama, decir que gira en torno a unos personajes que deben iniciar un viaje a un territorio inhóspito y peligroso...

Historia: El señor de los Reinos

Capítulo 1º: Un viaje inesperado

    El amanecer se tornaba tranquilo en las tierras de la Marca del Sur. Sus viñas iban siendo iluminadas por el sol para dejar paso a un paisaje hermoso y tranquilo caracterizado por la tranquilidad de la forma de vida que se antojaba inmutable desde hacía algunos años, los cuales por fortuna habían sido provechosos para la gente humilde de la región que vivía del campo. La aldea de Arenas de San Matías hacía honor a su nombre al ser un sitio humilde, tranquilo y laborioso, como así lo fuese el gran santo cuyo nombre portaba con orgullo. Los años de abundancia habían servido a las gentes para mejorar sus viviendas de barro y paja a roca y madera, materiales de mejor calidad para los duros inviernos de la región.
    Desde hacía tiempo, los leones negros habían decidido asentarse en esta región y dedicarse a un trabajo tranquilo como vigilantes y ayudantes de la ley y el orden, a sabiendas de que en la última conjura imperial habían salido perdiendo y andaban reorganizando su grupo mercenario con el objetivo de no quedar al margen del imperio de Khalimdor, y necesitaban buscar nuevos reclutas, aunque era sabido que los años de luchas intestinas habían cesado y que se estaba ordenando incorporar a los grupos de tal índole en el ejército imperial.
    Ron era una de esas extrañas adquisiciones que por azares del destino habían caído en aquel apartado lugar del este del imperio; hombre tranquilo pero desconfiado, se había unido a los mercenarios para mejorar sus habilidades marciales y ver mundo, pero desde hacía unos años sólo veía las gallinas y cerdos del pueblo corretear por la plaza sin mayor peligro que las gentes del vulgo a las que debía proteger, actividad que disfrutaba sin prisas.
    -¡Maldita sea Ron, si no acaban conmigo estas botas lo hará el aburrimiento! -le espetó su compañero de ronda.
    Ron le sonrió confiado mientras se dirigían al puente oeste.
    -Creo que exageras Finn, sólo llevamos una hora dando una vuelta y ya te quejas. No es bueno ser así en este trabajo.
    Alzó la mirada mostrando un leve aspaviento de inconformidad mientras se paraba para recolocarse la bota.
    -¡Vete al cuerno Ron, siempre con tu labia segura y tranquila! Te veo en el cuartel, anda, tú termina la ronda oeste...
    Se marchó refunfuñando y Ron, con su leve sonrisa pensó en lo equivocado que estaba su compañero, pero algo alteró su equilibrio; un viento gélido que levantó su capa y le incomodó durante un instante, durante el cual sintió un extraño estremecimiento al que no prestó demasiada atención. El viento pasó raudo y movió las nubes para dejar paso a la iluminación que el espíritu de Ron necesitaba. Cerró los ojos y la sensación de bienestar fue alterada por un susurro lejano que se fue tornando en una canción que alguien tarareaba. Giró su cabeza y observó cómo avanzaba un carromato dirigido por dos hombres bien vestidos que superaba el paso del puente.
    Esbozó su mejor sonrisa y, sujetando su lanza con fiereza en la mano, se dirigió sin prisa pero sin pausa hacia aquellos desconocidos.
    -Muy buenos días señores míos, les pregunto, ¿qué les trae por esta tranquila villa de nuestro señor Pelor?
    Aquellos individuos parecían gente de poder, ya fuese por sus adinerados enseres, su elegancia en el aspecto o por la tranquilidad que mostraban en la conducta. Uno de ellos, le llamó poderosamente la atención; ataviado de verdes ropajes, mostraba un relamido y oscuro pelo largo y un rostro bien afeitado de sinuoso bigote.
    -¡A buen día señor! Venimos del noroeste. Somos diplomáticos que venimos de paso por estas tierras; yo concretamente soy un allegado imperial que vengo a ver a un sobrino mío, tal vez le conozcáis, es sacerdote creo.
    Ron puso una mueca de desconfianza, pues no recordaba que hubiese nadie en el pueblo con tales relaciones imperiales, aunque le cayó simpático aquel individuo educado.
    -Bueno este... -logró soltar tras sentirse un poco aturullado.
    -¡O vamos Petrus, manda a paseo a este tipo y sigamos nuestro camino, tenemos cosas que hacer!
    Aquellos modales no gustaron a Ron, acostumbrado a la paciencia que caracterizaba su buen carácter, y finalmente concluyó en que lo mejor sería llevarlos al bastión para una inspección rutinaria.
    -Verán mis señores, les voy a tener que pedir que me acompañen...
    El hombre de aspecto avinagrado soltó un tremendo aspaviento.
    -¡Pero bueno que osadía!¿No sabes quiénes somos? Ni que fueses un vigilante de caminos...
    El otro individuo se le giró y con rostro elegantemente estúpido le espetó una advertencia.
    -Seguramente lo sea mi querido Graams.
    Ron, que al fin y al cabo no quería altercados inmediatos, les explicó que efectivamente, pertenecía a los leones negros y que era un vigilante de caminos del pueblo y que por motivos de seguridad, debían seguirle. Su camino les llevó hasta las inmediaciones del pueblo entre farfulleos de uno y la tranquilidad y sosiego del hombre de verdes ropajes.
    -Disculpe mi buen señor, no nos han presentado: soy Petrus Hartuel, explorador imperial. Mire, aquí tiene mis credenciales -dijo entregándole un pergamino enrollado y sellado -, se lo puede enseñar a sus superiores. Para que vea que no somos embaucadores ni mala gente.
    El bastión se mostraba tranquilo. Antigua fortaleza junto a una atalaya derruida, era una de las pocas posesiones que quedaban a aquel grupo de mercenarios.
    En aquellas inmediaciones se hallaba uno de los pocos individuos mentalmente capacitado para poder comprender las artes mágicas. Thauric era un mago a medias, sin rumbo en su vida desde que fuese expulsado por el Gran Hechicero de la corte imperial tras inducir al desastre en un hechizo fallido; su maestro no lo consideró digno de su tiempo y lo mando expulsar, convirtiéndose en un paria. Tras deambular por el imperio había llegado a aquella villa en donde había encontrado lo que buscaba: un poco de respeto y poder tener tiempo para seguir con sus místicas indagaciones del mundo y los secretos de la magia. De este modo, Thauric, por todos en el pueblo respetado como una eminencia intelectual al saber leer y escribir y tener amplios conocimientos en comparación con el más apto de los campesinos o comerciantes, llevaba una vida tranquila sin fuertes emociones, cosa que en el fondo agradecía.
    Mientras releía sus viejos grimorios que tanto le había costado relatar, sintió una perturbación en el entorno que le hizo erguirse. En la torre derruida que era su morada, cercana al río y el bastión mercenario, ascendió hasta asomarse a la espesura y sentir el viento o otear el vasto horizonte. El frío y la fetidez momentánea que le llegaron del este perturbó sus sentidos; en el viento un aviso de un cambio en los acontecimientos naturales, un susurro en el viento que marcaban un cambio en lo que estaba por llegar. Entrecerró los ojos preso de una profunda meditación, y sintió aquello como la verdad de un temor sin nombre aun; aquella fetidas se volvió en su interior calor sofocante y el estremecimiento de sus sentidos le llevó a una conclusión: dragón. Nunca había estado en presencia de uno, y las habladurías lo tenían como una de las criaturas mas poderosas del mundo y los tomos más eruditos como de las más antiguas creaciones divinas. Precipitada o no, aquella conclusión no aportaba nada bueno a su sosegada mente. Pensó en ir a ver a William, buen amigo suyo y ayudante del sacerdote, con el que hablaría al respecto de tal premonición, además de que hoy era el día de su nombre, y si era menester con el líder de la guardia mercenaria Kraus, que siempre había sabido escuchar sus consejos.
    William siempre había sido un buen muchacho. Se había criado en el campo con su familia y había soñado con grandes hazañas y gloriosas aventuras, pero tras la muerte de su hermana por una enfermedad que asoló la región hacía unos años se había vuelto un joven hombre entregado a la fe y meditación, y cuando su anciano padre, preso de la tristeza y congoja, enfermó y apenas pudo seguir trabajando en el campo, empezó a estudiar las artes místicas y las profundidades del credo pelorniano buscando respuestas sanatorias, si bien en vano hasta el momento; pero no era de espíritu frustrado, aunque últimamente alterado, ya que había recibido una carta de su tío asegurándole que habría de verle en su cumpleaños con gratas sorpresas, la más grande para él era su presencia, pues siempre había deseado ir con él en sus viajes y ver mundo para escapar de la cotidianidad del mundo en el que vivía. Debido a que su familia era una de granjeros ricos, podía dedicarse al estudio y trabajo religioso, si bien la paga era inconsistente, aunque no le faltaba alimento. Desde hacía tiempo había estado centrado en sus investigaciones y trabajo como monaguillo del sacerdote secular de la villa. Algo le indicaba que iba a ser un gran día.
    Así, distraído, deambuló con pasmo y alegría ante tal noticia por las calles del pueblo recibiendo las felicitaciones de sus vecinos y conocidos. Se paró en la puerta de su mejor amiga, la elfa Draharis, cuya familia siempre había velado por los intereses comunes y se caracterizaba por su bondad élfica. Deseaba invitarla a su fiesta y llamó con fuerza a la puerta.
    Ella sintió el estruendo hasta el interior de su dormida mente, lo que interrumpió su plácido sueño y le devolvió a la realidad; creyó haber dormido una edad y, con cierto pasmo, bajó a la planta baja de su edulcorada vivienda y abrió la puerta somnolienta.
    -Buenos días Will, ¿qué ocurre? -dijo ella bostezando.
    Él mostró una sonrisa burlona.
    -Vengo a invitarte a mi fiesta de cumpleaños. Por favor no faltes, hemos encargado un gran asado y varias tartas de manzana.
    Tras lo dicho se marchó raudo sin hacer reverencia alguna a ver a Thauric con el mismo propósito, y tras asimilar lo dicho, extrañada, cerró la puerta. Pensó en cómo aquello podría afectar a sus labores, puesto que ahora, debido a la marcha de sus padres a los Reinos de Annazor en el oeste, debía encargarse del negocio de pieles que sus padres le habían encomendado, cosa que a ella, realmente, no le interesaba demasiado.
    Y como si el tiempo no transcurriese con demasiada prisa, la guardia de los leones negros seguía realizando sus labores. La plaza del pueblo, concurrida como de costumbre, estaba alborotada con la actividad de los comercios locales y Draharis terminaba de colocar las pieles dispuestas para la venta. Entre aquella cansada y aburrida actividad, pensó en su vida y cómo lentamente se agotaba, las edades que tendría que ver pasar ante ella y la cantidad de gente a la que tendría que saludar sin demasiadas ganas. Entonces tropezó y cayó al suelo, maldiciendo mientras se levantaba en voz baja, cuando esuchó una conversación horrible en la que alguien, de voz agria y aviesa, instaba a cometer un terrible atropello, un asesinato, y que los asaltantes robasen a esa persona un tomo. Aunque intentó prestar más atención, no logró escuchar más; dobló con delicadeza sus cortinas traseras pero sólo vio a algunas personas, unas ataviadas con túnicas y capuchas, otras bien vestidas y campesinos corrientes que pasaban por la parte trasera intentando eludir el gentío.
    Sintió un poco de pánico y, tras lograr tranquilizar sus nervios a flor de piel, decidió ir a buscar a la autoridad y contarle lo que había oído.
    Por aquel entonces Ron paseaba distraído discutiendo con un compañero suyo llamado Lans, caracterizado por querer vivir su vida deprisa antes de que acabase sin nada que hacer.
    -¡Te repito Ron que la vida mercenaria sin acción no es vida! No es bueno para un oficio de guerrear como este... -le iba contando con cierto desaire.
    Daharis, fatigada, paró ante ellos y, tras recuperar el aliento y calmarse, en voz baja y educada, les comentó lo que acababa de oír.
    Ron se alarmó sobremanera y Lans río, puesto que por fin podría pasar algo emocionante que le hiciese ensuciar su arma. Y de aquella manera la guardia quedó sobre aviso, si bien Lans pensó que era buen idea no alarmar demasiado al respecto, pero Ron, que empezaba a inquietarse, fue ganando en nerviosismo hasta sujetar con dos manos su lanza.
    -Escucha Daharis, no te alarmes demasiado, mantén la mente fría -le advirtió Lans-, y mantenos informados de lo que pueda surgir.
    Pero en el pueblo reinaba la alegría y tranquilidad propias de la gente corriente al margen de tales conjuras. Los últimos preparativos eran frenéticos para la fiesta de los Hartuel y William estaba nervioso y emocionado. Le habían avisado de que había llegado gente nueva al pueblo y él esperaba volver a ver a su querido tío y en efecto así fue; corrió a abrazarle en las inmediaciones de su hogar y chocó con él en un fuerte abrazo mientras gritaba su nombre.
    -¡Mi querido muchacho, ya eres todo un hombre! Dime, ¿cómo está mi buen hermano y su mujer?
    La conversación les llevó hasta el interior del patio trasero. Will condujo el carromato hasta una esquina y le invitó a que entrase a saludar a padre y madre.
    -Mi esquivo hermano, cuanto tiempo sin tu presencia
    -Pero ya he vuelto a tu morada, sabías que tarde o temprano volvería ja, ja, ja.
    El abrazo fue conciliador, a lo que siguió un cordial saludo a la madre de William, que emocionada invitó a Petrus a hospedarse con ellos indefinidamente.
    -Mi querido Petrus -continuó ella-, antes de que nos deleites con tus aventuras dime, ¿has viajado solo?
    -No mi querida Guertrude, he venido con un evasivo compañero cuya compañía detestarías antes de empezar un viaje -dijo mientras todos reían-. Ha ido a solventar unos asuntos.
    -Acomódate, bebe, disfruta y come de nuestra comida. Tal vez no vuelvas a comer tal festín en mucho tiempo.
    A la fiesta no tardaron en acudir las familias más conocidas de los Hartuel y sus viejos amigos. Thauric se deleitaba con sus explicaciones convincentes relacionadas con diversos temas mientras Draharis hablaba cordialmente con la gente que conocía y William, que disfrutaba de la compañía de su gente, pensaba que no podía haber mejor dicha. Su tío le había obsequiado con cosas que le había traído de sus viajes: una lanza ceremonial de las tribus del norte, embutidos especiados, ropa y material renovado de lectura y escritura. Incluso la guardia había hecho acto de presencia con el lugarteniente al mando, un hombre serio y de adusto porte que hablaba cordialmente con la gente, pero había una figura inquieta: Daharis seguía inquieta presa de las maquinaciones de alguien perverso que quería socabar el orden con la muerte, y aquello le inquietaba, inquietudes que no tardo en volver a compartir con Lans que estaba ojo avizor por el lugar. Pero especialmente se había visto afectado Ron, que planeó la mejor forma de incrementar la guardia, a pesar de los pocos efectivos que le quedaba al grupo mercenario tras tener que mandar casi todos sus efectivos fuera de la región por diversos motivos, el principal era hacer su trabajo: guerrear.
    Pero la fiesta continuó sin altercados mayores salvo la borrachera que Thauric se granjeó intentando eludir sus obligaciones morales y olvidar por el momento su lúgubre presentimiento. Se rindió a la bebida antes que compartir aquella información.
    Draharis aun así, no quedaba convencida. Sabía lo que había oido y aun no había habido el fatal desenlace al que aguardaba con triste paciencia y, un tanto asustada, solicitó a los guardias que la acompañaran a casa.
    Intentó dormir a pesar de sus preocupaciones y al principio no pudo, hasta que pasado un tiempo se quedó dormida, pero apenas se percató de ello, puesto que la noche se sintió alterada por los gritos de alguien implorando el auxilio de cualquiera que pudiese ayudarle. El choque de espadas la amedrentó inicialmente, pero tuvo el coraje suficiente para abrir su ventana y ver en la calle lo que estaba sucediendo. Un grupo de hombres estaba atacando a otro individuo de finos ropajes que luchaba audázmente con su espada pero que a duras penas podría derrotar a esos individuos encapuchados.Un crimen se estaba desarrollando a sus puertas y sabía que debía actuar; la valentía se adueño de su cuerpo y, cogiendo las espadas ceremoniales de su casa, marchó por la puerta trasera con el ánimo encendido para ayudar al viandante en peligro de muerte.
    Al imprevisto combate se unió ella con las espadas en mano y lista para defenderse a muerte, si bien hacía tiempo que no manejaba ni el arco ni la espada, aunque esperaba estar a la altura. El combate fue rápido y brutal; Draharis derribó a uno de aquellos individuos y atravesó a otro a la altura del abdomen, mientras su compañero eventual derribaba de muerte a otro de aquellos rufianes que, ante el asombro del los vecinos que encendían las luces de sus hogares y la proximidad de la guardia, escaparon al amparo de la noche, desperdigándose por la oscuridad creciente.
    No tardaron en llegar Ron y Lans con refuerzos y empezar a indagar por lo sucedido. Al tío de William lo llevaron rápidamente al bastión y la noche quedó sacudida por un intento frustrado de asesinato.
    Al amanecer, aun quedaban los rastros de una larga fiesta. El primero en levantarse fue Thauric, que de pocas cosas se acordaba salvo de una agradable conversación con unas jóvenes y alegres campesinas. Fue a la cocina de la casa Hartuel y saludó a los vecinos que ayudaban a limpiar un poco. Sintió la necesidad de borrar sus resentimientos y fue a ver a William a su habitación, al cual encontró muy dormido y no dudó en despertar.
    -Escucha mi buen William, debo confesarte que e tenido un presentimiento oscuro. Algo horrible tal vez podría tener lugar desde el este; ya está necesitaba comentárselo a alguien antes de que mi conciencia terminase de liquidar lo poco que mi atribulada cabeza puede sostener por ahora.
    -No te preocupes Thauric, seguramente no sea nada. Tal vez deberías de meditarlo más profundamente, y verás que no es relevante.
    -¡No dudes de mis presentimientos! te recuerdo que como mago, soy mucho más sensible que otros individuos a los cambios místicos que socaban el destino. Algo va a ocurrir.
    Aquel vaticinio oscuro hizo que William tragase saliva.
    -No quiero inquietarte Will, pero estate alerta. Que mis palabras no sean en vano para tu mente.
    Mientras ambos ayudaban a ordenar un poco la vivienda, su madre entre lágrimas entró en el umbral de la casa y dio la mala noticio del ataque a Petrus. William, muy alterado, se dirigió presto al bastión de los leones negros junto con Thauric y, tras dejarles pasar y comprobar que su vida no corría peligro, pudo hablar a solar con su tío.
    -¡Escúchame William, esto es importante! Ve rápido a mi carromato y bajo el tablón de la esquina inferior izquierda guardo en un compartimento estanco un voluminoso libro de verdes cubiertas. ¡Escóndelo y que nadie lo vea!, ¡No hables a nadie de esto!
    Y William, asombrado, corrió a su hogar con el ánimo de poder hacer lo que le había demandado su amado tío. Tras indagar en su carromato, encontró finalmente el voluminoso tomo y lo guardó en su saca aprisa. Al darse la vuelta, topó con la desagradable presencia de Graams quien, sonriente le interrumpió.
    -¿Qué haces aquí muchacho, no sabías que tu tío ha sido malherido?
    William le miró con cierto disgusto.
    -No creo que sea motivo de alegría.
    -No, claro que no... -dijo con cierto desaire mientras observaba con ojos aviesos las inmediaciones.
    William entró en su casa y escondió el viejo tomo que no quiso nisiquiera investigar, pues sólo pesnaba en estar con su tío. Fue corriendo al templo y advirtió a su superior de que debía ausentarse por lo ocurrido. El viejo Nazwhel entró en cólera; un viajero había sido asaltado en su pueblo y era intolerable, así que le planteó la idea de dar una lección de humildad a los habitantes del pueblo en la siguiente ceremonia al medio día.
    Poco más se pudo hacer realmente. Los leones negros aun seguian investigando los cadáveres por si tenían marcas o algo que indicase la procedencia de aquellos rufianes. Entonces Lans con Ron advirtió que eran rufianes de las inmediaciones; rateros cobardes que moraban por las inmediacionbes de las marismas, volviendo estas aun más inhóspitas. Tenía que haber una buena recompensa para que se desplazasen esos kilómetros hasta Arenas de San Matias. Mientras continuaban sus indagaciones, Dervaan, uno de los más rudos guardaespaldas del sacerdote-guerrero de los leones negros, les avisó de que este quería verles inmediatamente.
    Ambos entraron sin demasiada prisa en la torre noreste y ascendieron hasta su despacho.
Allí estaban congregados el herido Petrus, su compañero Graams y otros tres leones negros a los que por motivos del destino, apenas conocían; tres jóvenes promesas hacia lo desconocido que a no inspiraban demasiada confianza a Ron y que eran indiferentes a Lans.
    -Dinos Zaurhan, ¿qué ocurre? -preguntó Lans.
    El sacerdote se levantó y señalo con el brazo cordialmente a los invitados.
    -Vais a trabajar para estos hombres. Van a pagarnos bien y una parte por adelantado, he solicitado que vayais vosotros dos porque ya teneis experiencia en trabajo de campo.
    Ambos aceptaron sin rechistar, si bien Lans, de mente despierta, se percató de que les habían contratado y enviaban a tres reclutas recientes. O era una misión de "paseo" como él solía decir, o había algo que no cuadraba.
    Todos fueron saliendo de la habitación salvo Lans, que escurrió el bulto para permanecer allí y hablar con más privacidad.
    -Señor, ¿confiáis una misión a reclutas nuevos? No creo que...
    -Harás lo que se te mande muchacho. Esos hombres han sido elegidos por uno de los contratantes y ha insistido en ello. Yo me guardo el derecho, como ahora líder de este baluarte en estos momentos, de elegir a los otros dos de los cinco que han solicitado, y por eso os he convocado a vosotros, porque os conozco y sé que no haréis el gandul por ahí. Buena suerte. Ahora ve y prepara tu caballo y el resto de tu equipo.
    Lans sabía que no era buena idea, y el tipejo odioso que acompañaba al tío del monaguillo no le inspiraba confianza, si bien no le inspiraba nada, pero al menos había hablado con el tal Petrus y había percibido su buena conducta, por lo que le extrañaba la presencia del tal Graams en su compañía, cosa que ya iría comprendiendo por el camino.
    Mientras los mercenarios se preparaban, Petrus fue a hablar con William y le dijo lo que pasaba. Le termino de explicar una vieja leyenda acerca de la morada de una de las grandes reliquias de la pelornidad: la copa que Matias Kane regaló a los elfos por su ayuda y que según las leyendas poseía dones divinos, pero estaba perdida en las marismas del este, el territorio de las Tierras Brunas, un paraje desolado de manglares y cenagales donde el peligro acecharía por doquier, una tierra que según el folclore popular estaba maldita y a la que pocos se atrevían a adentrarse. Sería un viaje complicado, pero Petrus no creía en extrañas supersticiones. Había visto mundo y seguramente las Montañas del Destino o las extrañas tribus del norte debían inspirar más temor, o luchar contra los orcos, que adentrarse en unas ciénagas.
    William meditó profundamente, pues se decía que la copa poseía dones milagrosos y la capacidad de curar todo mal; sería el principal motivo de su empeño en ayudar a su tío en esa búsqueda, puesto que si era verdad, podrían utilizarla para curar a su padre de la enfermedad que pronto acabaría con él. Se puso nervioso y empezó a dar vueltas por su habitación, meditando en voz alta sobre lo que necesitaría, el ropaje, los víveres, todo.
    -Muchacho, tranquilo, tienes tiempo. Y como ya he hablado con tus padres de esta empresa y están de acuerdo en que no te pudras en este pueblucho, están de acuerdo en que vengas y ya te han dejado los enseres preparados. Coge lo que precises y despídete de ellos.
    En el umbral de la puerta, William detuvo a Petrus recordando algo que consideraba importante.
    -Tío, deja que nos acompañen mis amigos: uno es un poderoso mago y otra es una curtida elfa, creo que ya la conoces, te salvó la vida.
    -Ah, es verdad...¿Son de confianza? -preguntó con seriedad.
    -Si, así es.
    Esbozó una sonrisa mirando a su sobrino.
    -Muy bien, hablaré con ellos, necesito conocerlos un poco más en profundidad, pero no creo que haya problemas.
    Los preparativos estaban ultimándose en la plaza del pueblo. Ver a los mercenarios a caballo y el carromato hizo que una multitud de curiosos se agolpara para contemplar el panorama. Finalmente, William y sus amigos se habían enrolado en una aventura de la que no estaba seguro su destino.
    Durante el camino a través de las verdes campiñas fronterizas a las marismas, la travesía fue tranquila y Ron y Lans tuvieron tiempo para conectar un poco más con sus contratantes y el resto de acompañantes. Era una cuadrilla destinada a atravesar un paraje extraño por el que muy pocos se adentraban, con el rumor de que nadie regresaba nunca.
    Durante una noche William se dio cuenta de que Lans se acercaba mucho a la elfa, pero percibió que era más por curiosidad que por otra cosa. El resto de mercenarios eran muy reservados, especialmente los otros tres a los que apenas conocía, aunque pudo saber sus nombres, Bill, Logar y Margel, que preferían cuchichear entre ellos y atender sólo a órdenes específicas antes que congeniar con nadie.Su tío le había hecho custodiar el tomo y que nadie lo tocase sin su consentimiento, pues sin él estarían perdidos en las marismas que se extendían durante kilómetros y kilómetros.
    Las jornadas eran largas y frescas, las cuales indicaban el otoño en toda su crudeza y la cercanía `próxima del invierno, y William estudiaba el viejo tomo. Su tío le contó que lo encontró en el lejano norte en unas ruinas milenarias mientras viajaba con un grupo expedicionario en unas milenarias ruinas; le contó alguna batallita y la vida cortesana y que su objetivo era alcanzar el rango nobiliar tras esta posible hazaña; no ansiaba tesoros, sino la gloria del descubrimiento, y eso llenaba de orgullo a William.
    Tras esas largas jornadas, vislumbraron que el entorno había ido cambiando progresivamente a un terreno más empantanado, con surcos por donde corrían riachuelos y que desembocaban en una abundancia cenagosa de agua llena de juncos y manglares hasta donde alcanzaba la vista; entonces lo supieron, estaban en las inmediaciones de las marismas y su travesía necesitaría de un lento rodeo por donde poder ir con el carromato; una lenta travesía desde ese momento que empezó a llenar de cierta congoja el espíritu de todos.
    Graams se empezó a volver más paranoico de lo normal, empeñado en que en cualquier momento una emboscada era factible por parte de asaltantes, pero realmente nadie prestó atención a semejante amenaza, carente de sentido pues nadie querría vivir o esconderse en un lugar en donde sólo las sanguijuelas o alimañas querrían esconderse.
    Pasaron dos días de penosa marcha hasta que encontraron una zona de tierra firme por donde introducirse. Su marcha, que si bien era lenta, era continua y les reconfortó, pero eso no hacía que todo el mundo estuviese ojo avizor en un entorno en donde no había gran visibilidad debido a las constantes brumas y humedad. Al anochecer llegaron a una amplia zona donde pudieron acampar junto a una vieja y retorcida haya en la que había una estructura a modo de altar con un pequeño ídolo que reconocieron como el ángel de la muerte.
    -Seguramente de origen élfico -planteó Thauric-, debe de tener cientos de años, al igual que el resto de menhires que rodean este lugar sagrado.
    Sus palabras, más que tranquilizar, llenaron de pavor. Petrus ordenó a los mercenarios que preparasen el campamento y que dispusiesen un perímetro de seguridad mientras él estudiaba el viejo tomo en busca de respuestas para ver por donde seguir.
    -No deberíamos detenernos aquí -empezó a susurrar Draharis-, iré a orientarme un poco más antes de que nos quedemos sin luz definitivamente.
    -¡No te alejes!-le advirtió Lans mientras marcaba el perímetro con antorchas.
    Draharis deambuló por las inmediaciones y, tras ascender por un montículo, vislumbró una visión inquietante de brumas bañando un paraje oscuro donde abundaban todo tipo se sonidos nocturnos desconcertantes. Vislumbró varias criaturas aladas de gran tamaño en la distancia, pero lo que más le impactó fueron unas grandes ruinas en la lejanía, lo que se le antojaba una especie de ciudad y una fortaleza de gran tamaño, rodeado en la distancia por montículos que se le antojaban artificiales.
    Volvió aprisa al campamento y contó lo que hbía visto mientras el silencio y preocupación reinaban por doquier.
    -Las ruinas de Kuldran... -dijo Petrus con forzada risa.
    -Cuenta la leyenda que una guerra la devastó -planteó Thauric con tono profético.
    William se introdujo en la conversación.
    -Leí en unos libros del Mundo Antiguo que fue maldecida por los dioses por sus pecados, no estoy seguro de qué creer...
    -Descansad, lo importante es que ya tenemos un punto para orientarnos.
    Aquella noche todos durmieron un poco incómodos, aunque no pasó nada alarmante. Al día siguiente empezó una fatigosa y lenta marcha por los pantanos; había que ir con mucho cuidado de que el carromato no se hundiese y tras dar durante horas vueltas en la bruma, los animales se empezaron a impacientar y empezaron las riñas, sobre todo entre Petrus y Graams, este último lanzando aspavientos y maldiciones por la pésima orientación de los mercenarios y sobre todo de Petrus.
    -Eh, callad y mirad -advirtió Ron señalando a la hilera de humo.
    En las inmediaciones había una colina que no se asemejaba al resto del terreno y que unido al hecho de que salía del otro lado una débil hilera de humo llamó poderosamente la atención de todos.
    Lans ordenó que estuviesen alerta y que todos desmontasen para poder reaccionar y cubrirse con los caballos en caso de que fuese una trampa.Los alrededores estaban surcados de hierba alta y arboleda agreste de gran ramaje que dificultaba la visión, hasta que dieron con un sendero natural que iba cuesta abajo hasta lo que parecía la entrada a una mina.
    -Tened cuidado, estad alerta -espetó Petrus seriamente.
    Todos avanzaron despacio, pero Draharis, cuyos sentidos eran más finos que los del resto, decidió avanzar con mayor soltura y se escabullo hasta el montículo ignorando el posible peligro con el asombro del resto, sobre todo de Ron, que empezó a confesarse a sus dioses y rogar porque no fuese una trampa. Ella no percibió nada extraño y se escondió entre los restos de una tienda de campaña. El resto avanzó hasta ubicarse en torno a lo que parecía un campamento improvisado que tenía poco tiempo.
    Lans observó las brasas recién apagadas junto a los picos mineros y frunció el ceño.
    -¿HOLA? -dijo alzando la voz mientras miraba a todas partes.
    Se oyeron ramas chasquear y ruidos en las inmediaciones y todos se tensaron. De entre la maleza surgieron, en perfecta sincronía, una serie de aguerridos enanos de serio rostro. De la entrada de la mina salieron otros dos apuntando con ballestas y otro que, por su indumentaria y su gran almádena, debía ser el líder de aquel perdido grupo.
    -Soy Odrik Piel Pétrea, y estos son mis compañeros mineros. ¿Quiénes sois y qué hacéis aquí?
    Petrus y Lans avanzaron a contestarle y, mientras todos se relajaban y daban explicaciones, surgió una compenetración forzosa, pues los enanos estaban allí buscando piedras preciosas para venderlas y el grupo de aventureros buscando unas reliquias. Odrik les advirtió que, aunque habían excavado su mina bajo un túmulo de origen élfico, no consentiría saqueos de tumbas. Petrus le aclaró que estaban lejos de esa intención y que buscaban las ruinas de Kuldran, las intenciones que les movían a ir allí.
    -¡Ja,ja,ja! Estais locos humanos. No saldréis de aquí con vida. Nosotros llevamos aquí casi un mes y sólo hemos visto trolls y peligros inminentes. Incluso demonios, uno de los cuales me arrebató mi hacha rúnica y por ello tengo que deambular con esta herramienta de oficio...
    -¿Demonio? -preguntó Graams con temor.
    -Si,una criatura de gran tamaño formada por el entorno y que mata sin miramientos -dijo un acniano enano de grandes cejas-, el cual mató a Dragüin y despedazó a Craams antes de que pudiésemos reaccionar...
    Todos quedaron anonadados.
    -Es cierto -siguió otro enano-. Trabamos duro combate contra ese ser y mató en pocos minutos a Tranki y Guisna, nuestros dos mejores veteranos. Luego Odrij le clavó su hacha rúnica pero este ser ni se inmutó. Tuvimos que replegarnos antes de tener más pérdidas y llorar más muertos.
    Se notaba que les había dolido la pérdida de sus congéneres y Draharis, decidida, instó inmediatamente a ayudarles.
    -Elfilla, será mejor que vuelvas a tu hogar. Ese demonio, no eres rival para él
    -Pero si todos le hacemos frente tal vez tengamos una oportunidad enano -espetó Lans.
    Graams abrió mucho los ojos sin poder creer lo que oía.
    -¡Diablos si! -soltó Odrik-, ¡¿qué decís muchachos, vamos de nuevo a por ese bastardo?!
    Todos gritaron afirmativamente.
    -Si me ayudáis a recuperar el hacha de mis padres os daré víveres y equipo de calidad. Tenemos de sobra ya que sus antiguos portadores ya no lo necesitarán.
    Aceptaron, ya que necesitaban urgentemente alimento, pues en pocas jornadas acabarían con los pocos que les quedaban, pero Graams advirtió que él se quedaría en el carromato vigilando.
    -No esperábamos menos Graams- soltó Lans mirando al cielo.
    Y así se pusieron en marcha tras trazar un plan de ataque en el que el señuelo y avance sigiloso eran las piezas clave que orquestarían un ataque contundente contra aquel ser que moraba en el fango.
    Tras horas deambulando por la espesura, la bruma les había hecho avanzar con dificultad. Draharis se paró en seco, alertada por sus finos sentidos y Lans la contempló y dijo al resto que se parasen mientras Odrik se abría paso hasta ellos.
    -Oíd... -dijo ella seriamente.
    Algo pesado y de gran tamaño se acercaba por las aguas que rodeaban el estrecho sendero. Odrik abrió mucho los ojos y gritó que se tirasen al agua mientras él y sus compañeros enanos lo hacían sin pensar. El resto les siguió con temor haciendo lo propio salvo Ron, que tropezó y cayó al suelo golpeándose la frente.
    De la bruma salió una especie de gran troll del pantano que moraba por las inmediaciones y que llevaba un gran lagarto del fango, al cual seguramente habría abatido con ánimo de alimentarse. Avanzó con lento pero firme paso hasta tener delante a Ron, que, confuso, miró tumbado al gigante que tenía delante. El inmenso ser abrió su horrenda boca y propinó un terrible pisotón a Ron mientras este lanzaba un grito de horror al viento.
    Todos aguardaron a que el gran troll se marchase, el cual no tardó al darse cuenta de que no era interesante recoger aquella criatura, así que siguió su camino hacia su fétida morada perdiéndose en la bruma. Todos se dieron prisa en recoger a Ron, pero no se podía hacer nada por él; había muerto aplastado por aquella vil criatura. Recogieron su cadáver y volvieron al campamento y, tras enterrarlo en la mina, Odrik les volvió a advertir que debían marcharse del lugar tras ayudarle. Ellos mismos se marcharían, pues los peligros que acechaban eran demasiados en comparación con el beneficio que se podía obtener a sabiendas de las vetas de oro y plata, y les advirtió que como ellos, otros mercenarios ya habían intentado pasar por este oscuro lugar y no habían vuelto, pero Petrus les dio ánimos a seguir y consiguió reanimar la moral perdida con sus amables palabras y la gloria que les aguardaba. Lans sabía que era verdad y no merecía la pena lamentarse de las muertes; apreciaba a su camarada muerto, pero de nada servía lamentarse, lo que había que hacer, en su opinión, era aprender la lección e ir con mayor cuidado por aquel extraño paraje.
    Trazaron un nuevo plan y nueva ruta con la esperanza de encontrar a aquella criatura antes del anochecer. Tras deambular con inquietud por las inmediaciones, ampliaron su perímetro y entonces Draharis lo vio: un ser no demasiado grande que se asemejaba a un humanoide con un objeto brillante clavado a sus espaldas y que se iba perdiendo en paralelo a través de la bruma con lento caminar, formado por el terreno que lo rodeaba.
    -Je,je, no es tan grande -dijo ella mientras avisaba de su presencia y apuntaba con su arco.
    La flecha viajó rauda y veloz hasta el monstruo, que lanzó un antinatural bramido que llenó de congoja a todos. Arrastró con su presencia material hasta incrementar su tamaño por encima de varios metros y avanzó bordeando su posición hacia sus potenciales rivales.
    -¡POR NUESTROS ANCESTROS! -gritaron los enanos.
    Todos se dejaron llevar por el fragor de la batalla contra aquella monstruosidad sacada de los mitos y leyendas con el pasmo aun en su mente.




CONTINUARÁ...

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