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30 de julio de 2014

Relato - La suerte está echada


Muy buenas gente, hoy os traigo un breve relato sobre un personaje de la Guerra por Octarius, nada más ni nada menos que el propio Gurk Piñonegro,  el Diablo de Octarius, y del ataque que sufrió a manos de un asesino Eversor. Espero que os entretenga un poco.


El casco del tanque se desplomó como el papel ante la Garra de Kombate de Gurk mientras desmigajaba sin cesar los restos humeantes del vehículo buscando a su comandante. Había sido una dura batalla, sus chicoz habían sufrido mucho bajo la artillería de los Leman Russ de la Guardia Imperial y ahora quería trofeos, antes de que los Kraneoz de Muerte llegaran y empezaran su saqueo. 

Poco a poco iba oyendo los chillidos de terror de los soldados del interior cuando el vehículo explotó.
Chamuscado, lleno de hollín y metralla por la explosión, Gurk Piñonegro se levantó del suelo profiriendo alaridos de rabia entretanto buscaba ansiosamente la causa de la detonación, y al no hacerlo, empezó a golpear los restos ardientes del tanque. Un kamión lleno de guerreros orkos se detuvo a su lado, ametrallando a los soldados que huían entre las humaredas mientras los chicoz desembarcaban y rodeaban a Gurk para unirse a él.

Entonces pudo distinguirlo, el cobarde comandante de tanque pielroza había detonado su propio vehículo cuando se vio atrapado y había escapado por la escotilla de la torreta. Piñonegro exigió su cabeza; profería insultos y alaridos a la vez que dirigió la carrera para cazar al comandante imperial. En las ruinas de un edificio cercano, el oficial se refugió tras unos muros mientras la peña de orkos se acercaba a la carrera, disparando de manera aleatoria, chillando, golpeándose entre ellos para ver quien llegaba primero. Preparando su espada sierra, el oficial se preparó para lo peor, se giró, asomándose por el lado de la cobertura para simplemente ver como las cuchillas de una garra de kombate orka se hundía en su cadera y lo partía en dos.

Gurk tenía por fin su trofeo, la cabeza del comandante estaba ahora clavada en su eztandarte de Jefe, mostrando quien era el mejor y más duro. Mientras limpiaba su garra con las ropas sucias del cadáver, una explosión surgió entre sus muchachos; Se disponía a impartir orden cuando lo vio, una figura negra, bajita para el estándar orko, con una calavera humana por yelmo que blandía un sable que centelleaba y un guantelete garrudo con aspecto peligroso. El asesino se movía con una velocidad y una ferocidad endiabladas, matando a los chicoz de Gurk sin contemplaciones, allá donde miraba solo veía caer orkos decapitados, desmembrados e incluso destripados... ¡por fin se acercaba una buena pelea!


El Eversor se lanzó hacia Gurk Piñonegro mientras este profería un desafío adornándolo con sus mejores palabrotas. Tres chicoz se lanzaron a cortar el paso al asesino, pero este los despachó de una manera rápida, violenta y cruel. Cuando el último orko caía atravesado por el guantelete Gurk preparó su garra. El agente imperial fintó el ataque de Gurk, clavando su espada en su bíceps y rajando su muslo con los filos de su guantelete, dos patadas precisas y el kaudillo orko se hallaba en el suelo comiendo tierra.

Esto le enfureció de sobremanera; se lanzó con su garra por delante intentando agarrar al asesino pero este esquivaba todos sus embates, rajándole y debilitándole con cada corte, cada puñalada, cada golpe. Gurk no podía ganar, su garra era demasiado lenta. Furioso, disparó su propia arma contra la junta de su garra de kombate y se la arrancó del brazo. El Eversor se disponía a dar el golpe de gracia y decapitar al orko, pero no contaba con que este se había quitado un enorme peso de encima al despojarse de la garra. 

Agarrando al asesino, Gurk lo primero que hizo fue arrancarle los brazos y después tirarlo contra el suelo. Sin pestañear, el Eversor se levantó y se lanzó contra el orko, profiriéndole un tremendo cabezazo a Piñonegro. Este se recompuso y con un alarido de furia, tomó al asesino y aplastó su cabeza entre sus manos como si de un huevo se tratara. El cadáver inerte del Eversor explotó súbitamente, volviendo a dejar a Gurk Piñonegro chamuscado, lleno de hollín, metralla y heridas.

Gurk había aprendido una lección muy importante que jamás olvidaría: "Buzcar chapa pa taparze de laz ezplozionez".

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